Su obra manifiesta la hibridación existente en las urbes caribeñas y latinoamericanas, imbuidas en caos y realidades absurdas e inverosímiles, de las que el artista es más que un observador, haciendo de éstas su alimento, que como su colapsada Caracas natal, lo nutren aportando drama y frescura a su imaginario. Starsky nos coloca en una encrucijada entre lo íntimo y lo social, entre las fuerzas de lo natural y lo urbano, entre la nostalgia y la felicidad. La profusión de sus líneas, palabras, gestos y trazos, las inquietantes muecas de sus personajes y la elementalidad de su paleta, hurgan en el regocijo de lo primario y lo lúdico, pero teñidos de lo siniestro, descolocándonos y conectándonos —con despreocupación y desparpajo— con la fuerza y la pulsión de las sociedades contemporáneas, sin distinción de territorios o costumbres, nos conecta con nuestro universo arquetipal a través de diversos códigos visuales, sustraídos tanto de lo urbano, como de su memoria y con ello crea grotescos personajes que evocan nuestra animalidad y hostilidad, donde el pasado es un constante presente, que construye nuevos relatos para aproximarnos a un ser esencialmente humano, que lucha con su condición animal extrañado de su propia realidad.